30 may 2015

Santo Evangelio 30 de Mayo de 2015



Día litúrgico: Sábado VIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 11,27-33): En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos volvieron a Jerusalén y, mientras paseaba por el Templo, se le acercan los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le decían: «¿Con qué autoridad haces esto?, o ¿quién te ha dado tal autoridad para hacerlo?». Jesús les dijo: «Os voy a preguntar una cosa. Respondedme y os diré con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres? Respondedme».

Ellos discurrían entre sí: «Si decimos: ‘Del cielo’, dirá: ‘Entonces, ¿por qué no le creísteis?’. Pero, ¿vamos a decir: ‘De los hombres’?». Tenían miedo a la gente; pues todos tenían a Juan por un verdadero profeta. Responden, pues, a Jesús: «No sabemos». Jesús entonces les dice: «Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto».


Comentario: Mn. Antoni BALLESTER i Díaz (Camarasa, Lleida, España)
¿Con qué autoridad haces esto?

Hoy, el Evangelio nos pide que pensemos con qué intención vamos a ver a Jesús. Hay quien va sin fe, sin reconocer su autoridad: por eso, «se le acercan los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le decían: ‘¿Con qué autoridad haces esto?, o ¿quién te ha dado tal autoridad para hacerlo?’» (Mc 11,27-28). 

Si no tratamos a Dios en la oración, no tendremos fe. Pero, como dice san Gregorio Magno, «cuando insistimos en la oración con toda vehemencia, Dios se detiene en nuestro corazón y recobramos la vista perdida». Si tenemos buena disposición, aunque estemos en un error, viendo que la otra persona tiene razón, acogeremos sus palabras. Si tenemos buena intención, aunque arrastremos el peso del pecado, cuando hagamos oración Dios nos hará comprender nuestra miseria, para que nos reconciliemos con Él, pidiendo perdón de todo corazón y por medio del sacramento de la penitencia.

La fe y la oración van juntas. Nos dice san Agustín que, «si la fe falta, la oración es inútil. Luego, cuando oremos, creamos y oremos para que no falte la fe. La fe produce la oración, y la oración produce a su vez la firmeza de la fe». Si tenemos buena intención, y acudimos a Jesús, descubriremos quién es y entenderemos su palabra, cuando nos pregunte: «El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres?» (Mc 11,30). Por la fe, sabemos que era del cielo, y que su autoridad le viene de su Padre, que es Dios, y de Él mismo porque es la segunda Persona de la Santísima Trinidad.

Porque sabemos que Jesús es el único salvador del mundo, acudimos a su Madre que también es Madre nuestra, para que deseando acoger la palabra y la vida de Jesús, con buena intención y buena voluntad, tengamos la paz y la alegría de los hijos de Dios.

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San Fernando, III de Castilla y León, 30 de Mayo

30 de mayo

SAN FERNANDO III DE CASTILLA Y LEÓN

(† 1252)

San Fernando (1198?-1252) es, sin hipérbole, el español más ilustre de uno de los siglos cenitales de la historia humana, el XIII, y una de las figuras máximas de España; quizá con Isabel la Católica la más completa de toda nuestra historia política. Es uno de esos modelos humanos que conjugan en alto grado la piedad, la prudencia y el heroísmo; uno de los injertos más felices, por así decirlo, de los dones y virtudes sobrenaturales en los dones y virtudes humanos.

 A diferencia de su primo carnal San Luis IX de Francia, Fernando III no conoció la derrota ni casi el fracaso. Triunfó en todas las empresas interiores y exteriores. Dios les llevó a los dos parientes a la santidad por opuestos caminos humanos; a uno bajo el signo del triunfo terreno y a otro bajo el de la desventura y el fracaso.

 Fernando III unió definitivamente las coronas de Castilla y León. Reconquistó casi toda Andalucía y Murcia. Los asedios de Córdoba, Jaén y Sevilla y el asalto de muchas otras plazas menores tuvieron grandeza épica. El rey moro de Granada se hizo vasallo suyo. Una primera expedición castellana entró en Africa, y nuestro rey murió cuando planeaba el paso definitivo del Estrecho. Emprendió la construcción de nuestras mejores catedrales (Burgos y Toledo ciertamente; quizá León, que se empezó en su reinado). Apaciguó sus Estados y administró justicia ejemplar en ellos. Fue tolerante con los judíos y riguroso con los apóstatas y falsos conversos. Impulsó la ciencia y consolidó las nacientes universidades. Creó la marina de guerra de Castilla. Protegió a las nacientes Ordenes mendicantes de franciscanos y dominicos y se cuidó de la honestidad y piedad de sus soldados. Preparó la codificación de nuestro derecho e instauró el idioma castellano como lengua oficial de las leyes y documentos públicos, en sustitución del latín.

 Parece cada vez más claro históricamente que el florecimiento jurídico, literario y hasta musical de la corte de Alfonso X el Sabio es fruto de la de su padre. Pobló y colonizó concienzudamente los territorios conquistados. Instituyó en germen los futuros Consejos del reino al designar un colegio de doce varones doctos y prudentes que le asesoraran; mas prescindió de validos. Guardó rigurosamente los pactos y palabras convenidos con sus adversarios los caudillos moros, aún frente a razones posteriores de conveniencia política nacional; en tal sentido es la antítesis caballeresca del "príncipe" de Maquiavelo. Fue, como veremos, hábil diplomático a la vez que incansable impulsor de la Reconquista. Sólo amó la guerra bajo razón de cruzada cristiana y de legítima reconquista nacional, y cumplió su firme resolución de jamás cruzar las armas con otros príncipes cristianos, agotando en ello la paciencia, la negociación y el compromiso. En la cumbre de la autoridad y del prestigio atendió de manera constante, con ternura filial, reiteradamente expresada en los diplomas oficiales, los sabios consejos de su madre excepcional, doña Berenguela. Dominó a los señores levantiscos; perdonó benignamente a los nobles que vencidos se le sometieron y honró con largueza a los fieles caudillos de sus campañas. Engrandeció el culto y la vida monástica, pero exigió la debida cooperación económica de las manos muertas eclesiásticas y feudales. Robusteció la vida municipal y redujo al límite las contribuciones económicas que necesitaban sus empresas de guerra. En tiempos de costumbres licenciosas y de desafueros dio altísimo ejemplo de pureza de vida y sacrificio personal, ganando ante sus hijos, prelados, nobles y pueblo fama unánime de santo.

 Como gobernante fue a la vez severo y benigno, enérgico y humilde, audaz y paciente, gentil en gracias cortesanas y puro de corazón. Encarnó, pues, con su primo San Luis IX de Francia, el dechado caballeresco de su época.

 Su muerte, según testimonios coetáneos, hizo que hombres y mujeres rompieran a llorar en las calles, comenzando por los guerreros.

 Más aún. Sabemos que arrebató el corazón de sus mismos enemigos, hasta el extremo inconcebible de lograr que algunos príncipes y reyes moros abrazaran por su ejemplo la fe cristiana. "Nada parecido hemos leído de reyes anteriores", dice la crónica contemporánea del Tudense hablando de la honestidad de sus costumbres. "Era un hombre dulce, con sentido político", confiesa Al Himyari, historiador musulmán adversario suyo. A sus exequias asistió el rey moro de Granada con cien nobles que portaban antorchas encendidas. Su nieto don Juan Manuel le designaba ya en el En-xemplo XLI "el santo et bienaventurado rey Don Fernando".

 Más que el consorcio de un rey y un santo en una misma persona, Fernando III fue un santo rey; es decir, un seglar, un hombre de su siglo, que alcanzó la santidad santificando su oficio.

 Fue mortificado y penitente, como todos los santos, pero su gran proceso de santidad lo está escribiendo, al margen de toda finalidad de panegírico, la más fría crítica histórica: es el relato documental, en crónicas y datos sueltos de diplomas, de una vida tan entregada al servicio de su pueblo por amor de Dios, y con tal diligencia, constancia y sacrificio, que pasma. San Fernando roba por ello el alma de todos los historiadores, desde sus contemporáneos e inmediatos hasta los actuales. Físicamente, murió a causa de las largas penalidades que hubo de imponerse para dirigir al frente de todo su reino una tarea que, mirada en conjunto, sobrecoge. Quizá sea ésta una de las formas de martirio más gratas a los ojos de Dios.

 Vemos, pues, alcanzar la santidad a un hombre que se casó dos veces, que tuvo trece hijos, que, además de férreo conquistador y justiciero gobernante, era deportista, cortesano gentil, trovador y músico. Más aún: por misteriosa providencia de Dios veneramos en los altares al hijo ilegítimo de un matrimonio real incestuoso, que fue anulado por el gran pontífice Inocencio III: el de Alfonso IX de León con su sobrina doña Berenguela, hija de Alfonso VIII, el de las Navas.

 Fernando III tuvo siete hijos varones y una hija de su primer matrimonio con Beatriz de Suabia, princesa alemana que los cronistas describen como "buenísima, bella, juiciosa y modesta" (optima, pulchra, sapiens et pudica), nieta del gran emperador cruzado Federico Barbarroja, y luego, sin problema político de sucesión familiar, vuelve a casarse con la francesa Juana de Ponthieu, de la que tuvo otros cinco hijos. En medio de una sociedad palaciega muy relajada su madre doña Berenguela le aconsejó un pronto matrimonio, a los veinte años de edad, y luego le sugirió el segundo. Se confió la elección de la segunda mujer a doña Blanca de Castilla, madre de San Luis.

 Sería conjetura poco discreta ponerse a pensar si, de no haber nacido para rey (pues por heredero le juraron ya las Cortes de León cuando tenía sólo diez años, dos después de la separación de sus padres), habría abrazado el estado eclesiástico. La vocación viene de Dios y Él le quiso lo que luego fue. Le quiso rey santo. San Fernando es un ejemplo altísimo, de los más ejemplares en la historia, de santidad seglar.

 Santo seglar lleno además de atractivos humanos. No fue un monje en palacio, sino galán y gentil caballero. El puntual retrato que de él nos hacen la Crónica general y el Septenario es encantador. Es el testimonio veraz de su hijo mayor, que le había tratado en la intimidad del hogar y de la corte.

 San Fernando era lo que hoy llamaríamos un deportista: jinete elegante, diestro en los juegos de a caballo y buen cazador. Buen jugador a las damas y el ajedrez, y de los juegos de salón.

 Amaba la buena música y era buen cantor. Todo esto es delicioso como soporte cultural humano de un rey guerrero, asceta y santo. Investigaciones modernas de Higinio Anglés parecen demostrar que la música rayaba en la corte de Fernando III a una altura igual o mayor que en la parisiense de su primo San Luis, tan alabada. De un hijo de nuestro rey, el infante don Sancho, sabemos que tuvo excelente voz, educada, como podemos suponer, en el hogar paterno.

 Era amigo de trovadores y se le atribuyen algunas cantigas, especialmente una a la Santísima Virgen. Es la afición poética, cultivada en el hogar, que heredó su hijo Alfonso X el Sabio, quien nos dice: "todas estas vertudes, et gracias, et bondades puso Dios en el Rey Fernando".

 Sabemos que unía a estas gentilezas elegancia de porte mesura en el andar y el hablar, apostura en el cabalgar dotes de conversación y una risueña amenidad en los ratos que concedía al esparcimiento. Las Crónicas nos lo configuran, pues, en lo humano como un gran señor europeo. El naciente arte gótico le debe en España, ya lo dijimos, sus mejores catedrales.

 A un género superior de elegancia pertenece la menuda noticia que incidentalmente, como detalle psicológico inestimable, debemos a su hijo: al tropezarse en los caminos, yendo a caballo, con gente de a pie torcía Fernando III por el campo, para que el polvo no molestara a los caminantes ni cegara a las acémilas. Esta escena del séquito real trotando por los polvorientos caminos castellanos y saliéndose a los barbechos detrás de su rey cuando tropezaba con campesinos la podemos imaginar con gozoso deleite del alma. Es una de las más exquisitas gentilezas imaginables en un rey elegante y caritativo. No siempre observamos hoy algo parecido en la conducta de los automovilistas con los peatones. Años después ese mismo rey, meditando un Jueves Santo la pasión de Jesucristo, pidió un barreño y una toalla y echóse a lavar los pies a doce de sus súbditos pobres, iniciando así una costumbre de la corte de Castilla que ha durado hasta nuestro siglo.

 Hombre de su tiempo, sintió profundamente el ideal caballeresco, síntesis medieval, y por ello profundamente europea, de virtudes cristianas y de virtudes civiles. Tres días antes de su boda, el 27 de noviembre de 1219, después de velar una noche las armas en el monasterio de las Huelgas, de Burgos, se armó por su propia mano caballero, ciñéndose la espada que tantas fatigas y gloria le había de dar. Sólo Dios sabe lo que aquel novicio caballero oró y meditó en noche tan memorable, cuando se preparaba al matrimonio con un género de profesión o estado que tantos prosaicos hombres modernos desdeñan sin haberlo entendido. Años después había de armar también caballeros por sí mismo a sus hijos, quizá en las campañas del sur. Mas sabemos que se negó a hacerlo con alguno de los nobles más poderosos de su reino, al que consideraba indigno de tan estrecha investidura.

 Deportista, palaciano, músico, poeta, gran señor, caballero profeso. Vamos subiendo los peldaños que nos configuran, dentro de una escala de valores humanos, a un ejemplar cristiano medieval.

 De su reinado queda la fama de sus conquistas, que le acreditan de caudillo intrépido, constante y sagaz en el arte de la guerra. En tal aspecto sólo se le puede parangonar su consuegro Jaime el Conquistador. Los asedios de las grandes plazas iban preparados por incursiones o “cabalgadas" de castigo, con fuerzas ágiles y escogidas que vivían sobre el país. Dominó el arte de sorprender y desconcertar. Aprovechaba todas las coyunturas políticas de disensión en el adversario. Organizaba con estudio las grandes campañas. Procuraba arrastrar más a los suyos por la persuasión, el ejemplo personal y los beneficios futuros que por la fuerza. Cumplidos los plazos, dejaba retirarse a los que se fatigaban.

 Esta es su faceta histórica más conocida. No lo es tanto su acción como gobernante, que la historia va reconstruyendo: sus relaciones con la Santa Sede, los prelados, los nobles, los municipios, las recién fundadas universidades; su administración de justicia, su dura represión de las herejías, sus ejemplares relaciones con los otros reyes de España, su administración económica, la colonización y ordenamientos de las ciudades conquistadas, su impulso a la codificación y reforma del derecho español, su protección al arte. Esa es la segunda dimensión de un reinado verdaderamente ejemplar, sólo parangonable al de Isabel la Católica, aunque menos conocido.

Mas hay una tercera, que algún ilustre historiador moderno ha empezado a desvelar y cuyo aroma es seductor. Me refiero a la prudencia y caballerosidad con sus adversarios los reyes musulmanes. "San Fernando —dice Ballesteros Beretta en un breve estudio monográfico— practica desde el comienzo una política de lealtad”. Su obra "es el cumplimiento de una política sabiamente dirigida con meditado proceder y lealtad sin par”. Lo subraya en su puntual biografía el padre Retana.

Sintiéndose con derecho a la reconquista patria, respeta al que se le declara vasallo. Vencido el adversario de su aliado moro, no se vuelve contra éste. Guarda las treguas y los pactos. Quizá en su corazón quiso también ganarles con esta conducta para la fe cristiana. Se presume vehementemente que alguno de sus aliados la abrazó en secreto. El rey de Baeza le entrega en rehén a un hijo, y éste, convertido al cristianismo y bajo el título castellano de infante Fernando Abdelmón (con el mismo nombre cristiano de pila del rey), es luego uno de los pobladores de Sevilla. ¿No sería quizá San Fernando su padrino de bautismo? Gracias a sus negociaciones con el emir de los benimerines en Marruecos el papa Alejandro IV pudo enviar un legado al sultán. Con varios San Fernandos, hoy tendría el Africa una faz distinta.

Al coronar su cruzada, enfermo ya de muerte, se declaraba a sí mismo en el fuero de Sevilla caballero de Cristo, siervo de Santa María, alférez de Santiago. Iban envueltas esas palabras en expresiones de adoración y gratitud a Dios, para edificación de su pueblo. Ya los papas Gregorio IX e Inocencio IV le habían proclamado "atleta de Cristo” y "campeón invicto de Jesucristo". Aludían a sus resonantes victorias bélicas como cruzado de la cristiandad y al espíritu que las animaba.

Como rey, San Fernando es una figura que ha robado por igual el alma del pueblo y la de los historiadores. De él se puede asegurar con toda verdad —se aventura a decir el mesurado Feijoo— que en otra nación alguna non est inventus similis illi.

Efectivamente, parece puesto en la historia para tonificar el espíritu colectivo de los españoles en cualquier momento de depresión espiritual.

Le sabemos austero y penitente. Mas, pensando bien, ¿qué austeridad comparable a la constante entrega de su vida al servicio de la Iglesia y de su pueblo por amor de Dios?

Cuando, guardando luto en Benavente por la muerte de su mujer, doña Beatriz, supo mientras comía el novelesco asalto nocturno de un puñado de sus caballeros a la Ajarquía o arrabal de Córdoba, levantóse de la mesa, mandó ensillar el caballo y se puso en camino, esperando, como sucedió, que sus caballeros y las mesnadas le seguirían viéndole ir delante. Se entusiasmó, dice la Crónica latina: “ irruit... Domini Spiritus in rege". Veían los suyos que todas sus decisiones iban animadas por una caridad santa. Parece que no dejó el campamento para asistir a la boda de su hijo heredero ni al conocer la muerte de su madre.

Diligencia significa literalmente amor, y negligencia desamor. El que no es diligente es que no ama en obras, o, de otro modo, que no ama de verdad. La diligencia, en último término, es la caridad operante. Este quizá sea el mayor ejemplo moral de San Fernando. Y, por ello, ninguno de los elogios que debemos a su hijo, Alfonso X el Sabio, sea en el fondo tan elocuente como éste: “no conoció el vicio ni el ocio”.

Esa diligencia estaba alimentada por su espíritu de oración. Retenido enfermo en Toledo, velaba de noche para implorar la ayuda de Dios sobre su pueblo. "Si yo no velo —replicaba a los que le pedían descansase— ¿cómo podréis vosotros dormir tranquilos?" Y su piedad, como la de todos los santos, mostrábase en su especial devoción al Santísimo Sacramento y a la Virgen María.

A imitación de los caballeros de su tiempo, que llevaban una reliquia de su dama consigo, San Fernando portaba, asida por una anilla al arzón de su caballo, una imagen de marfil de Santa María, la venerable "Virgen de las Batallas" que se guarda en Sevilla. En campana rezaba el oficio parvo mariano, antecedente medieval del santo rosario. A la imagen patrona de su ejército le levantó una capilla estable en el campamento durante el asedio de Sevilla; es la “Virgen de los Reyes", que preside hoy una espléndida capilla en la catedral sevillana, Renunciando a entrar como vencedor en la capital de Andalucía, le cedió a esa imagen el honor de presidir el cortejo triunfal. A Fernando III le debe, pues, inicialmente Andalucía su devoción mariana. Florida y regalada herencia.

La muerte de San Fernando es una de las más conmovedoras de nuestra Historia. Sobre un montón de ceniza, con una soga al cuello, pidiendo perdón a todos los presentes, dando sabios consejos a su hijo y sus deudos, con la candela encendida en las manos y en éxtasis de dulces plegarias. Con razón dice Menéndez Pelayo: "El tránsito de San Fernando oscureció y dejó pequeñas todas las grandezas de su vida". Y añade: "Tal fue la vida exterior del más grande de los reyes de Castilla: de la vida interior ¿quién podría hablar dignamente sino los ángeles, que fueron testigos de sus espirituales coloquios y de aquellos éxtasis y arrobos que tantas veces precedieron y anunciaron sus victorias?"

San Fernando quiso que no se le hiciera estatua yacente; pero en su sepulcro grabaron en latín, castellano, árabe y hebreo este epitafio impresionante:

"Aquí yace el Rey muy honrado Don Fernando, señor de Castiella é de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia é de Jaén, el que conquistó toda España, el más leal, é el más verdadero, é el más franco, é el más esforzado, é el más apuesto, é el más granado, é el más sofrido, é el más omildoso, é el que más temie a Dios, é el que más le facía servicio, é el que quebrantó é destruyó á todos sus enemigos, é el que alzó y ondró á todos sus amigos, é conquistó la Cibdad de Sevilla, que es cabeza de toda España, é passos hí en el postrimero día de Mayo, en la era de mil et CC et noventa años."

Que San Fernando sea perpetuo modelo de gobernantes e interceda por que el nombre de Jesucristo sea siempre debidamente santificado en nuestra Patria.

JOSÉ Mª. SÁNCHEZ DE MUNIÁIN



29 may 2015

Santo Evangelio 29 de Mayo de 2015


Día litúrgico: Viernes VIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 11,11-25): En aquel tiempo, después de que la gente lo había aclamado, Jesús entró en Jerusalén, en el Templo. Y después de observar todo a su alrededor, siendo ya tarde, salió con los Doce para Betania. 

Al día siguiente, saliendo ellos de Betania, sintió hambre. Y viendo de lejos una higuera con hojas, fue a ver si encontraba algo en ella; acercándose a ella, no encontró más que hojas; es que no era tiempo de higos. Entonces le dijo: «¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti!». Y sus discípulos oían esto. 

Llegan a Jerusalén; y entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y a los que compraban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas y no permitía que nadie transportase cosas por el Templo. Y les enseñaba, diciéndoles: «¿No está escrito: ‘Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las gentes?’.¡Pero vosotros la tenéis hecha una cueva de bandidos!». Se enteraron de esto los sumos sacerdotes y los escribas y buscaban cómo podrían matarle; porque le tenían miedo, pues toda la gente estaba asombrada de su doctrina. Y al atardecer, salía fuera de la ciudad. 

Al pasar muy de mañana, vieron la higuera, que estaba seca hasta la raíz. Pedro, recordándolo, le dice: «¡Rabbí, mira!, la higuera que maldijiste está seca». Jesús les respondió: «Tened fe en Dios. Yo os aseguro que quien diga a este monte: ‘Quítate y arrójate al mar’ y no vacile en su corazón sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis. Y cuando os pongáis de pie para orar, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre, que está en los cielos, os perdone vuestras ofensas».


Comentario: Fra. Agustí BOADAS Llavat OFM (Barcelona, España)
Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido

Hoy, fruto y petición son palabras clave en el Evangelio. El Señor se acerca a una higuera y no encuentra allí frutos: sólo hojarasca, y reacciona maldiciéndola. Según san Isidoro de Sevilla, “higo” y “fruto” tienen la misma raíz. Al día siguiente, sorprendidos, los Apóstoles le dicen: «¡Rabbí, mira!, la higuera que maldijiste está seca» (Mc 11,21). En respuesta, Jesucristo les habla de fe y de oración: «Tened fe en Dios» (Mc 11,22).

Hay gente que casi no reza, y, cuando lo hacen, es con vista a que Dios les resuelva un problema tan complicado que ya no ven en él solución. Y lo argumentan con las palabras de Jesús que acabamos de escuchar: «Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis» (Mc 11,24). Tienen razón y es muy humano, comprensible y lícito que, ante los problemas que nos superan, confiemos en Dios, en alguna fuerza superior a nosotros. 

Pero hay que añadir que toda oración es “inútil” («vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo»: Mt 6,8), en la medida en que no tiene una utilidad práctica directa, como —por ejemplo— encender una luz. No recibimos nada a cambio de rezar, porque todo lo que recibimos de Dios es gracia sobre gracia.

Por tanto, ¿no es necesario rezar? Al contrario: ya que ahora sabemos que no es sino gracia, es entonces cuando la oración tiene más valor: porque es “inútil” y es “gratuita”. Aun con todo, hay tres beneficios que nos da la oración de petición: paz interior (encontrar al amigo Jesús y confiar en Dios relaja); reflexionar sobre un problema, racionalizarlo, y saberlo plantear es ya tenerlo medio solucionado; y, en tercer lugar, nos ayuda a discernir entre aquello que es bueno y aquello que quizá por capricho queremos en nuestras intenciones de la oración. Entonces, a posteriori, entendemos con los ojos de la fe lo que dice Jesús: «Todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo» (Jn 14,13).

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San Maximino, Obispo, 29 de Mayo

29 de Mayo

San Maximino, Obispo

Maximino nació al comienzo del siglo IV el Poitiers (Aquitania), al sudoeste de la antigua Galia. Provenía de un hogar muy piadoso.

La santidad de Agricio, obispo de Tréveris, llevó a Maximino a dejar el suelo natal e ir en busca de aquel prelado, para recibir lecciones de religión, ciencias y humanidades. El santo reconoció en el recién llegado una lúcida inteligencia y un firme amor a la doctrina católica, razón por la cual le confirió las sagradas órdenes. En el ejercicio de estas funciones hizo en breve tiempo notables progresos.

Al morir Agricio, conocidos por el pueblo los atributos de Maximino, por voluntad unánime éste fue su sucesor, ocupando la cátedra de Tréveris en el año 332.

Perturbaba en aquel tiempo en la Iglesia el arrianismo, doctrina que negaba la unidad y consustancialidad en las tres personas de la santísima Trinidad; según ellos el Verbo habría sido creado de la nada y era muy inferior al Padre. El Verbo encarnado era Hijo de Dios, pero por adopción.

Contra esta interpretación, que disminuía el misterio de la encarnación y el de la redención del hombre, se levantó Atanasio, obispo de Alejandría, que se había de constituir en el campeón de la ortodoxia.

Reinaba entonces el emperador Constantino el Grande, a quien los herejes engañaron acumulando calumnias sobre Atanasio, y así lograron que lo desterraste a Tréveris en el año 336. Allí Maximino lo recibió con evidencias de la veneración que le profesaba y trató por todos los medios de suavizar la situación del desterrado. Lo mismo hizo con Pablo, obispo de Constantinopla, también forzado a ir a Tréveris después de un remedo de sínodo arriano. Al morir Constantino, el hijo mayor, Constantino el Joven, su sucesor en Occidente, devolvió a Atanasio la sede de Alejandría.

En el año 345, Maximino concurrió al concilio de Milán, donde los arrianos, cuyo jefe era Eusebio de Nicomedia, fueron otra vez condenados. Considerado indispensable para cimentar la paz de la Iglesia celebrar un nuevo concilio ecuménico. Maximino lo propuso al emperador Constante; éste, hallándolo conveniente, escribió a su hermano Constantino, concertándose para tal reunión la ciudad de Sárdica (hoy Sofía, capital de Bulgaria).

Los arrianos quisieron atraer al emperador a su secta y justificar la conducta seguida contra Atanasio. Pero Maximino alertó al emperador, defendiendo así al obispo sin culpa; y Atanasio fue nuevamente restablecido.

Vuelto a su Iglesia, Maximino hizo frente a las necesidades, socorriendo a los pobres. Su familia residía en Poitiers y allá fue a visitarlos, pero murió al poco tiempo en esa ciudad, en el año 349. La fecha de hoy recuerda la traslación de sus reliquias a Tréveris.

Otros Santos cuya fiesta se celebra hoy:  Santos: Restituta, Sinisio o Sisinio, Martirio, Alejandro, Conón, Teodosia,
Gencio, Andrés, Amón, Sofía, mártires; Máximo, obispo; Eleuterio, confesor; Voto, Félix, eremitas.

28 may 2015

Santo Evangelio 28 de Mayo de 2015



Día litúrgico: Jueves VIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 10,46-52): En aquel tiempo, cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!». Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». 

Jesús se detuvo y dijo: «Llamadle». Llaman al ciego, diciéndole: «¡Ánimo, levántate! Te llama». Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!». Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.


Comentario: P. Ramón LOYOLA Paternina LC (Barcelona, España)
¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!

Hoy, Cristo nos sale al encuentro. Todos somos Bartimeo: ese invidente a cuya vera pasó Jesús y saltó gritando hasta que éste le hiciese caso. Quizás tengamos un nombre un poco más agraciado... pero nuestra humana flaqueza (moral) es semejante a la ceguera que sufría nuestro protagonista. Tampoco nosotros logramos ver que Cristo vive en nuestros hermanos y, así, los tratamos como los tratamos. Quizás no alcanzamos a ver en las injusticias sociales, en las estructuras de pecado, una llamada hiriente a nuestros ojos para un compromiso social. Tal vez no vislumbramos que «hay más alegría en dar que en recibir», que «nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn 15,13). Vemos borroso lo que es nítido: que los espejismos del mundo conducen a la frustración, y que las paradojas del Evangelio, tras la dificultad, producen fruto, realización y vida. Somos verdaderamente débiles visuales, no por eufemismo sino en realidad: nuestra voluntad debilitada por el pecado ofusca la verdad en nuestra inteligencia y escogemos lo que no nos conviene. 

Solución: gritarle, es decir, orar humildemente «Jesús, ten compasión de mí» (Mc 10,48). Y gritar más cuanto más te increpen, te desanimen o te desanimes: «Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más…» (Mc 10,48). Gritar que es también pedir: «Maestro, que vea» (cf. Mc 10,51). Solución: dar, como él, un brinco en la fe, creer más allá de nuestras certezas, fiarse de quien nos amó, nos creó, y vino a redimirnos y se quedó con nosotros, en la Eucaristía.

El Papa Juan Pablo II nos lo decía con su vida: sus largas horas de meditación —tantas que su Secretario decía que oraba “demasiado”— nos dicen a las claras que «el que ora cambia la historia».

San Germán, Obispo, 28 de Mayo


Germán, obispo († 576)
28 de mayo

Gran parte de su vida la conocemos por el testimonio de su colega el obispo Fortunato que asegura estuvo adornado del don de milagros.

Nació Germán en la Borgoña, en Autun, del matrimonio que formaban Eleuterio y Eusebia en el último tercio del siglo V. No tuvo buena suerte en los primeros años de su vida carente del cariño de los suyos y hasta estuvo con el peligro de morir primero por el intento de aborto por parte de su madre y luego por las manipulaciones de su tía, la madre del primo Estratidio con quien estudiaba en Avalon, que intentó envenenarle por celos.

Su pariente de Lazy -con quien vive durante 15 años- es el que compensa los mimos que no tuvo Germán en la niñez. Allí sí que encuentra amor y un ambiente de trabajo lleno de buen humor y de piedad propicio para el desarrollo integral del muchacho que ya despunta en cualidades por encima de lo común para su edad.

Con los obispos tuvo suerte. Agripin, el de Autun, lo ordena sacerdote solucionándole las dificultades y venciendo la resistencia de Germán para recibir tan alto ministerio en la Iglesia; luego, Nectario, su sucesor, lo nombra abad del monasterio de san Sinforiano, en los arrabales de la ciudad. Modelo de abad que marca el tono sobrenatural de la casa caminando por delante con el ejemplo en la vida de oración, la observancia de la disciplina, el espíritu penitente y la caridad.

Es allí donde comienza a manifestarse en Germán el don de milagros, según el relato de Fortunato. Por lo que cuenta su biógrafo, se había propuesto el santo abad que ningún pobre que se acercara al convento a pedir se fuera sin comida; un día reparte el pan reservado para los monjes porque ya no había más; cuando brota la murmuración y la queja entre los frailes que veían peligrar su pitanza, llegan al convento dos cargas de pan y, al día siguiente, dos carros llenos de comida para las necesidades del monasterio. También se narra el milagro de haber apagado con un roción de agua bendita el fuego del pajar lleno de heno que amenazaba con arruinar el monasterio. Otro más -y curioso- es cuando el obispo, celoso -que de todo hay- por las cosas buenas que se hablan de Germán, lo manda poner en la cárcel por no se sabe qué motivo (quizá hoy se le llamaría «incompatibilidad»); las puertas se le abrieron al estilo de lo que pasó al principio de la cristiandad con el apóstol, pero Germán no se marchó antes de que el mismo obispo fuera a darle la libertad; con este episodio cambió el obispo sus celos por admiración.

El rey Childeberto usa su autoridad en el 554 para que sea nombrado obispo de París a la muerte de Eusebio y, además, lo nombra limosnero mayor. También curó al rey cuando estaba enfermo en el castillo de Celles, cerca de Melun, donde se juntan el Yona y el Sena, con la sola imposición de las manos.

Como su vida fue larga, hubo ocasión de intervenir varias veces en los acontecimientos de la familia real. Alguno fue doloroso porque un hombre de bien no puede transigir con la verdad; a Cariberto, rey de París -el hijo de Clotario y, por tanto, nieto de Childeberto-, tuvo que excomulgarlo por sus devaneos con mujeres a las que va uniendo su vida, después de repudiar a la legítima Ingoberta.

El buen obispo parisino murió octogenario, el 28 de mayo del 576. Se enterró en la tumba que se había mandado preparar en san Sinfroniano. El abad Lanfrido traslada más tarde sus restos, estando presentes el rey Pipino y su hijo Carlos, a san Vicente que después de la invasión de los normandos se llamó ya san Germán. Hoy reposan allí mismo -y se veneran- en una urna de plata que mandó hacer a los orfebres el abad Guillermo, en el año 1408.

 

27 may 2015

Santo Evangelio 27 de Mayo de 2015


Día litúrgico: Miércoles VIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 10,32-45): En aquel tiempo, los discípulos iban de camino subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de ellos; ellos estaban sorprendidos y los que le seguían tenían miedo. Tomó otra vez a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de Él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará». 

Se acercan a Él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: «Maestro, queremos, nos concedas lo que te pidamos». Él les dijo: «¿Qué queréis que os conceda?». Ellos le respondieron: «Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda». Jesús les dijo: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?». Ellos le dijeron: «Sí, podemos». Jesús les dijo: «La copa que yo voy a beber, sí la beberéis y también seréis bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado; pero, sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado». 

Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan. Jesús, llamándoles, les dice: «Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».


Comentario: Rev. D. René PARADA Menéndez (San Salvador, El Salvador)
Tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos

Hoy, el Señor nos enseña cuál debe ser nuestra actitud ante la Cruz. El amor ardiente a la voluntad de su Padre, para consumar la salvación del género humano —de cada hombre y mujer— le mueve a ir deprisa hacia Jerusalén, donde «será entregado (…), le condenarán a muerte (…), le azotarán y le matarán» (cf. Mc 10,33-34). Aunque a veces no entendamos o, incluso, tengamos miedo ante el dolor, el sufrimiento o las contradicciones de cada jornada, procuremos unirnos —por amor a la voluntad salvífica de Dios— con el ofrecimiento de la cruz de cada día. 

La práctica asidua de la oración y los sacramentos, especialmente el de la Confesión personal de los pecados y el de la Eucaristía, acrecentarán en nosotros el amor a Dios y a los demás por Dios de tal modo que seremos capaces de decir «Sí, podemos» (Mc 10,39), a pesar de nuestras miserias, miedos y pecados. Sí, podremos abrazar la cruz de cada día (cf. Lc 9,23) por amor, con una sonrisa; esa cruz que se manifiesta en lo ordinario y cotidiano: la fatiga en el trabajo, las normales dificultades en la vida familiar y en las relaciones sociales, etc.

Sólo si abrazamos la cruz de cada día, negando nuestros gustos para servir a los demás, conseguiremos identificarnos con Cristo, que vino «a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,45). Juan Pablo II explicaba que «el servicio de Jesús llega a su plenitud con la muerte en Cruz, o sea, con el don total de sí mismo». Imitemos, pues, a Jesucristo, transformando constantemente nuestro amor a Él en actos de servicio a todas las personas: ricos o pobres, con mucha o poca cultura, jóvenes o ancianos, sin distinciones. Actos de servicio para acercarlos a Dios y liberarlos del pecado.

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Nuestra Señora del perpetuo Socorro, 27 Junio


27 de junio
 
NUESTRA SEÑORA DEL PERPETUO SOCORRO

Pocos casos hay en la historia de la Iglesia de difusión tan rápida y universal de una devoción mariana como es la del culto al famoso cuadro de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.

 Era el día 23 de junio del año 1867, domínica infraoctava del Corpus, cuando, en la iglesia de padres redentoristas de Roma, el decano del Capítulo Vaticano, patriarca de Constantinopla (después cardenal), daba comienzo a la ceremonia de coronación de la imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Con anterioridad, el día 12 de mayo del mismo año, habían aprobado por unanimidad los capitulares el proyecto de coronación, declarando en público decreto que dicho cuadro reunía todas las condiciones para tal honor: antiquísimo culto de más de tres siglos y fama de muy milagroso. Se señaló para la litúrgica conmemoración. de aquella fiesta la domínica que precede a la Natividad de San Juan Bautista. Hoy se celebra trasladada al 27 de junio en el calendario universal de la Iglesia.

 ¿Cuál es la historia de este cuadro, desde entonces tan celebrado en las cinco partes del mundo?

 Precisamente uno de los diputados por el Cabildo Vaticano para la coronación era Pedro Wenzel, subprefecto después del Archivo Secreto Vaticano, quien, años andando, en 1903 comunicó a un padre redentorista, investigador del origen de este cuadro por Bibliotecas y Archivos vaticanos, un interesante documento manuscrito que constituía la fuente primaria para la historia de la venerada imagen. Hallábase el documento en un códice manuscrito de Franciscus Turrigius (s. XVI), También se hallaron dos relaciones del mismo en la obra manuscrita en veintiséis grandes volúmenes de lo. Antonius Brusius (s. XVII) sobre antigüedades sacras de Roma. El documento primitivo, escrito en pergamino, fijo en una tabla, estaba colocado en el cancel que cerraba el altar mayor de la iglesia de San Mateo in Merulana. Ambos autores copiaron el original, que, por ser largo, lo resumiremos aquí.

 Un comerciante de Creta robó de una iglesia el cuadro milagroso y se dio a la mar, ocultando el cuadro entre las mercancías. Sobrevino una tempestad y todos, sin saber del cuadro, invocaban a la Virgen. Serenóse el mar y tomaron puerto. Un año después el comerciante, con el cuadro, llegaba a Roma. Enfermó el cretense y un amigo romano se lo llevó a su casa. En el trance de la muerte el cretense contó al romano el robo del cuadro, sin honor entre sus mercancías, rogándole que lo colocase en una iglesia donde se le diera culto. Lo prometió el romano. Muerto el mercader, hallaron, en efecto, el cuadro, mas la mujer del piadoso amigo persuadió a su marido a quedarse con el cuadro, reteniéndolo nueve meses. La Virgen, en una visión, dijo al romano que no hiciera tal, sino que lo colocara en lugar más decente. No obedeció. Volvió la Virgen segunda y tercera vez, amenazándole entonces con una mala muerte si no lo ponía en una iglesia. Temió el romano y rogó a su mujer que regalara el cuadro a alguna iglesia. Negóse ella con muchas razones y el marido se conformó. La Virgen volvió a hablar al romano: "Te avisé, te amenacé, no has querido obedecer. Tendrás que salir tú primero, para salir yo después en busca de lugar más honorable”. Y se murió el romano. Se apareció la Virgen a una hija suya de seis años y le dijo: "Avisa a tu madre y a tu tío, y diles que Santa María del Perpetuo Socorro quiere que la saquéis de casa si no queréis morir todos muy pronto". Contó la niña, temió la madre, que había tenido la misma visión, y se determinó a obedecer. Pero en esto una vecina, enterada de lo ocurrido, la decide con muchas y poco piadosas razones a que no lo haga. Volvió la vecina a casa, pero enfermó de peste. Entonces invocó a la Virgen y se curó. Volvió la Virgen a la niña para que dijese a su madre: que quería ser llevada a cierta iglesia llamada de San Mateo, entre Santa María la Mayor y San Juan de Letrán. Obedeció la madre y, avisando a los frailes agustinos que llevaban aquella iglesia, con acompañamiento de todo el clero Y pueblo fue trasladado el cuadro y el mismo día de la traslación hizo el primer milagro.

 La fecha de la traslación fue el 27 de marzo de 1499, reinando Alejandro VI, y la data del documento fue entre la fecha anterior y el año 1503, en que murió dicho papa. Brutius decía que la letra y el color denunciaban la fecha.

 Quedó allí la imagen durante tres siglos (1499-1798). Las tropas de Napoleón ocuparon Roma y, entre otras iglesias, derribaron la de San Mateo. Los agustinos irlandeses que la regentaban se pasaron con el cuadro a la próxima iglesia de San Eusebio y, de allí, a la de Santa María in Posterula. En el año 1855 tomaba el hábito de redentorista el joven Miguel Marchi. De niño había sido monaguillo en la casi extinta comunidad de agustinos, custodios del cuadro que ignoraban. Pero un lego, fray Agustín Orsetti, muy viejo, que había conocido el culto y los milagros de la Virgen olvidada, decía con frecuencia al monaguillo: "Sábetelo bien, Miguelito. La Virgen de San Mateo la tenemos en el oratorio. No lo olvides... ¡Era muy milagrosa!". Y no lo olvidó. Enterado el superior general de los padres redentoristas, reverendísimo padre Nicolás Maurón, se presentó con el padre Marchi a Pío IX. Le refirió el caso del milagroso cuadro, su paradero, ser voluntad de la Virgen exponerla al culto entre San Juan de Letrán y Santa María la Mayor, término que coincidía precisamente con el solar de los redentoristas. Acogió Pío IX las súplicas y pocos días después, por billete escrito de propio puño, ordenó (11 de diciembre de 1865) al cardenal prefecto de la Propaganda gestionase la entrega del cuadro a los padres redentoristas. Así se hizo.

 El día 26 de abril de 1866 recorrió el cuadro de nuevo las calles de Roma. Al año siguiente, como dijimos al principio, fue coronado por el Cabildo Vaticano. Desde entonces no ha cesado su devoción de recorrer aldeas y ciudades de las cinco partes del mundo con gran fruto espiritual de conversiones.

 El cardenal Francisco Ehrle, S. I., decía a un padre redentorista: "No hay Virgen romana más documentada que la Virgen del Perpetuo Socorro".

 Descripción del cuadro.-Su tamaño es de 53 por 41,5 centímetros. Está pintado al temple y en nogal. Fue restaurado por el artista polaco Novodny en 1866. La Virgen viste túnica roja, peplos o manto azul marino con vueltas verdes y esclavina. El quecrúfalos, redecilla o pañuelo verde, le recoge el cabello. El Niño viste túnica verde con cinturón púrpura y manto marrón claro. A la derecha de la figura San Miguel, túnica jacinto, manto y paño de honor verdes. A la izquierda, San Gabriel, túnica, manto y paño de honor jacinto. Todos los personajes nimbados. Los pliegues de los paños van acusados con reflejos de oro. El fondo es oro. Los personajes llevan sus nombres en abreviaturas griegas: Jesús-Cristo, Madre de Dios, el arcángel Miguel, el arcángel Gabriel. Los trazos sobre las letras son signos ortográficos y de abreviación.

 Composición del cuadro.- No es una simple imagen o retrato de María. Es una escena, una especie de cuadro de género. Para ello no basta que haya en la escena varios personajes. Es preciso que el pedazo de vida que allí se vive encadene y relacione a los personajes unos con otros, no con inscripciones o guiones, sino con el gesto, la mirada, el sentido. Es un momento simbólico de la vida de María.

 Su momento feliz es interrumpido por una visión terrible: la Pasión, cuyos instrumentos presentan los ángeles al Niño. Este vuelve la mirada consternado hacia la aparición. Con el movimiento brusco de terror contrae el pie izquierdo y la sandalia se le desprende. Las manecitas se aferran al pulgar de la Madre. Por eso la llaman a veces los rusos la Virgen del pulgar (Taletskaia Bojia Mater). La mirada de la Virgen trasciende el cuadro y pasa al espectador.

 Escuela y fecha.- La flexibilidad de la escena denota la presencia del realismo italiano. Sin embargo, la técnica es bizantina. Su dibujo es más rígido que el de sus contemporáneos italianos, tiene más de calco que de inspiración personal. No es un cuadro hecho en Italia como sus congéneres de Cimabue, Bernabé de Módena y Botticelli. Es un cuadro bizantino con influencias italianas. La isla de Creta era entonces colonia veneciana. Un ejemplar de nuestro cuadro está firmado por Andreas Rico de Candía (s. XV). El nuestro parece más antiguo que sus similares esparcidos por Italia. Kondakof y Muratof, disintiendo a veces, convienen en la inspiración italiana y lo atribuyen a la escuela ruso-bizantina de Novgorod, entre los siglos XIV y XV. En Rusia las Metsnaia ikona (imágenes de asiento) o Poklonnaia ikona (imágenes grandes) estaban fijas en el Iconostasio. Las Vírgenes de la Pasión (nuestro cuadro) eran imágenes de la devoción íntima y se llamaban Domovaia (imagen doméstica) o Molennaia ikona (imagen pequeña).

 Los papas han tenido siempre particular devoción al cuadro de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Pío IX lo regaló a los católicos de Zitomir (Rusia), que le pedían una de las Vírgenes más veneradas en Roma. León XIII se la dio a los misioneros de la Asunción que partían para Bulgaria. San Pío X la regaló a la emperatriz abisinia Taitú. Benedicto XV la tenía sobre su trono; para el 50 aniversario de la exposición al culto del prodigioso cuadro acuñó, a sus expensas, una medalla conmemorativa con su busto y la imagen del Perpetuo Socorro. Pío XI la puso en el escudo de la misión pontificia para socorrer a los niños hambrientos de Rusia. Hoy se la considera como símbolo de enlace entre la Iglesia romana y las Iglesias orientales disidentes, para la unión. Es cosa menos que interminable enumerar las naciones y centros en que a la Virgen del Perpetuo Socorro se le tributa culto especial. Baste decir que se halla extendida su devoción por las cinco partes del mundo. Sólo destacaremos las formas más significativas de este culto.

 Existe la Archicofradía de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, de la que Pío IX quiso ser el primer archicofrade, encabezando las listas. También lo fue Alfonso XIII, cuya curación, en una gripe infantil, se atribuyó a una estampa de la Virgen colocada en su cuna. La Archicofradía tiene una sección especial: la Súplica Perpetua, por la que los socios se comprometen a orar media hora todos los meses ante el cuadro. Está también en plena vitalidad la Visita Domiciliaria por medio de capillas portátiles. En muchos países extranjeros existe la Novena Perpetua, sobre todo en los pueblos anglosajones, originaria de los Estados Unidos, que celebra una función religiosa como de media hora un día a la semana, durante todo el año. Pero esa función se repite, como en San Luis (Estados Unidos) once veces por día, para dar entrada a las oleadas de devotos. Estos, en la iglesia de Boston, no bajan de 20.000 el día semanal de la novena. El centro de Manila es asombroso. En Baclarán, barrio de la capital, se ha construido una iglesia capaz para 12.000 personas. En los días de Novena Perpetua el municipio organiza servicio especial de tranvías y autobuses, con un promedio de 60.000 asistentes en los siete ejercicios al día. El delegado apostólico, monseñor Panico, decía: “La Novena Perpetua es la gracia más grande que Dios ha dado a Filipinas después de su conversión al cristianismo". A estas Novenas Perpetuas asisten muchos no católicos. El padre Juan Herat, oblato de María Inmaculada, decía que, en su parroquia de Colombo, asistían los miércoles de la Novena 30.000 personas entre católicos, hindúes, budistas, mahometanos, parsis y protestantes. Francia, Italia, Bélgica, Holanda, Alemania, Inglaterra la tienen en la mayor parte de sus iglesias. Son cientos de miles los lugares misionados adonde se ha llevado el cuadro y su devoción. Varios cientos de miles suman los ejemplares de las revistas de su nombre. Los altares erigidos en su honor son innumerables. Un cronista extranjero contaba por el año 1916 unos 1.200 altares sólo en pueblos de Andalucía. En España, además de la devoción privada que todo español conoce, tiene esta Virgen el homenaje de instituciones públicas de que es ella Patrona, así: Sanidad Militar, Colegios Médicos, Beneficencia Municipal de Madrid, en el Ministerio de la Gobernación, Asociación Mutua de Socorros, el Seguro Español, Mutualidad de Peritos del Ministerio de Agricultura, Ministerio de Hacienda. En Méjico y en las naciones de Centro y Sudamérica florece la devoción en prácticas piadosas y frutos de bendición, como en cualquier nación europea.

 No basta la distancia remota de los pueblos para limitar su devoción. A principios de siglo unos misioneros austríacos, en misión rodante por el Transiberiano, llevaron el cuadro desde Moscú a VIadivostok. En Africa lo presentan al culto los misioneros del Alto Níger (franceses), del Congo (belgas), de Africa del Sur (ingleses). También en Oceanía los misioneros de Nueva Guinea. Siete catedrales de Australia y Nueva Zelanda celebran la Novena Perpetua. En Newcastle (Oceanía) cinco estaciones radiofónicas comerciales transmiten la Novena Perpetua. En 1948 el padre Henry, oblato de María Inmaculada, llevaba el cuadro al Polo Norte, al 70º de latitud, península de Boothia.

 Como se ve, esta devoción tiene un marcado carácter universalista, con un fruto abundante de conversiones.

 RODRIGO BAYÓN, C. SS. R.

26 may 2015

San Felipe Neri, 26 de Mayo


San Felipe Neri
1515-1595
Apóstol de Roma 
26 de Mayo

Patrón de educadores y humoristas.
Fundador del oratorio en Roma
Algunos dichos de San Felipe
Confesor de San Camilo de Lelis. Ayudó a San Francisco Carssiolo
Lectura del oficio en su día

El hombre busca la felicidad, pero nada de este mundo puede dársela. La felicidad es el fruto sobrenatural de la presencia de Dios en el alma. Es la felicidad de los santos. Ellos la viven en las mas adversas circunstancias y nada ni nadie se las puede quitar. San Felipe Neri ilustra admirablemente la felicidad de la santidad. Dispuesto a todo por Cristo, logró maravillas en su vida y la gloria del cielo. 

Nació en Florencia, Italia, en 1515, uno de cuatro hijos del notario Francesco y Lucretia Neri. Muy pronto perdieron a su madre pero la segunda esposa de su padre fue para ellos una verdadera madre.

Desde pequeño Felipe era afable, obediente y amante de la oración. En su juventud le gustaba visitar a los padre dominicos del Monasterio de San Marco y según su propio testimonio estos padres le inspiraron a la virtud.

 A los 17 años lo enviaron a San Germano, cerca de Monte Casino, como aprendiz de Romolo, un mercante primo de su padre. Su estancia ahí no fue muy prolongarla, ya que al poco tiempo tuvo Felipe la experiencia mística que él llamaría, más tarde, su "conversión" y, desde ese momento, dejaron de interesarle los negocios. Partió a Roma, sin dinero y sin ningún proyecto, confiado únicamente en la Providencia. En la Ciudad Eterna se hospedó en la casa de un aduanero florentino llamado Galeotto Caccia. quien le cedió una buhardilla y le dio lo necesario para comer a cambio de que educase a sus hijos, los cuales -según el testimonio de su propia madre y de una tía -se portaban como ángeles bajo la dirección del santo.. Felipe no necesitaba gran cosa, ya que sólo se alimentaba una vez al día y su dieta se reducía a pan, aceitunas y agua. En su habitación no había más que la cama, una silla, unos cuantos libros y una cuerda para colgar la ropa.

Fuera del tiempo que consagraba a la enseñanza, Felipe vivió como un anacoreta, los dos primeros años que pasó en Roma, entregado día y noche a la oración. Fue ese un período de preparación interior, en el que se fortaleció su vida espiritual y se confirmó en su deseo de servir a Dios. Al cabo de esos dos años, Felipe hizo sus estudios de filosofía y teología en la Sapienza y en Sant'Agostino. Era muy devoto al estudio, sin embargo le costaba concentrarse en ellos porque su mente se absorbía en el amor de Dios, especialmente al contemplar el crucifijo. El comprendía que Jesús, fuente de toda la sabiduría de la filosofía y teología le llenaba el alma en el silencio de la oración. A los tres años de estudio, cuando el tesón y el éxito con que había trabajado abrían ante él una brillante carrera, Felipe abandonó súbitamente los estudios. Movido probablemente por una inspiración divina, vendió la mayor parte de sus libro y se consagró al apostolado.

La vida religiosa del pueblo de Roma dejaba mucho que desear, graves abusos abundaban en la Iglesia; todo el mundo lo reconocía pero muy poco se hacía para remediarlo. En el Colegio cardenalicio gobernaban los Medici, de suerte que muchos cardenales se comportaban más bien como príncipes seculares que como eclesiásticos. El renacimiento de los estudios clásicos había sustituido los ideales cristianos por los paganos, con el consiguiente debilitamiento de la fe y el descenso del nivel moral. El clero había caído en la indiferencia, cuando no en la corrupción; la mayoría de los sacerdotes no celebraba la misa sino rara vez, dejaba arruinarse las iglesias y se desentendía del cuidado espiritual de los fieles. El pueblo, por ende, se había alejado de Dios. La obra de San Felipe habría de consistir en reevangelizar la ciudad de Roma y lo hizo con tal éxito, que un día se le llamaría "el Apóstol de Roma".

Los comienzos fueron modestos. Felipe iba a la calle o al mercado y empezaba a conversar con las gentes. particularmente con los empleados de los bancos y las tiendas del barrio de Sant'Angelo. Corno era muy simpático y tenía un buen sentido del humor, no le costaba trabajo entablar conversación, en el curso de la cual dejaba caer alguna palabra oportuna acerca del amor de Dios o del estado espiritual de sus interlocutores. Así fue logrando, poco a poco, que numerosas personas cambiasen de vida. El santo acostumbraba saludar a sus amigos con estas palabras: "Y bien, hermanos, ¿cuándo vamos a empezar a ser mejores?" Si éstos le preguntaban qué debían hacer para mejorar, el santo los llevaba consigo a cuidar a los enfermos de los hospitales y a visitar las siete iglesias, que era una de su devociones favoritas.

Felipe consagraba el día entero al apostolado; pero al atardecer, se retiraba a la soledad para entrar en profunda oración y, con frecuencia, pasaba la noche en el pórtico de alguna iglesia, o en las catacumbas de San Sebastián, junto a la Vía Appia. Se hallaba ahí, precisamente, la víspera se Pentecostés de 1544, pidiendo los dones del Espíritu Santo, cuando vio venir del cielo un globo de fuego que penetró en su boca y se dilató en su pecho. El santo se sintió poseído por un amor de Dios tan enorme, que parecía ahogarle; cayó al suelo, corno derribado y exclamó con acento de dolor: ¡Basta, Señor, basta! ¡No puedo soportarlo más!" Cuando recuperó plenamente la conciencia, descubrió que su pecho estaba hinchado, teniendo un bulto del tamaño de un puño; pero jamás-le causó dolor alguno. A partir de entonces, San Felipe experimentaba tales accesos de amor de Dios, que todo su cuerpo se estremecía. A menudo tenía que descubrirse el pecho para aliviar un poco el ardor que lo consumía; y rogaba a Dios que mitigase sus consuelos para no morir de gozo. Tan fuertes era las palpitaciones de su corazón que otros podían oirlas y sentir sus palpitaciones, especialmente años mas tarde, cuando como sacerdote, celebraba La Santa Misa, confesaba o predicaba. Había también un resplandor celestial que desde su corazón emanaba calor. Tras su muerte, la autopsia del cadáver del santo reveló que tenía dos costillas rotas y que éstas se habían arqueado para dejar más sitio al corazón.

San Felipe, habiendo recibido tanto, se entregaba plenamente a las obras corporales de misericordia. En 1548, con la ayuda del P. Persiano Rossa, su confesor, que vivía en San Girolamo della Carita y unos 15 laicos, San Felipe fundó la Cofradía de la Santísima Trinidad, conocida como la cofradía de los pobres, que se reunía para los ejercicios espirituales en la iglesia de San Salvatore in Campo. Dicha cofradía, que se encargaba de socorrer a los peregrinos necesitados, ayudó a San Felipe a difundir la devoción de las cuarenta horas (adoración Eucarística), durante las cuales solía dar breves reflexiones llenas de amor que conmovían a todos. Dios bendijo el trabajo de la cofradía y que pronto fundó el célebre hospital de Santa Trinita dei Pellegrini; en el año jubilar de 1575, los miembros de la cofradía atendieron ahí a 145,000 peregrinos y se encargaron, más tarde, de cuidar a los pobres durante la convalescencia. Así pues, a los treinta y cuatro años de edad, San Felipe había hecho ya grandes cosas.

Sacerdote
Su confesor estaba persuadido de que Felipe haría cosas todavía mayores si recibía la ordenación sacerdotal. Aunque el santo se resistía a ello, por humildad, acabó por seguir el consejo de su confesor. El 23 de mayo de 1551 recibió las órdenes sagradas. Tenía 36 años. Fue a vivir con el P. Rossa y otros sacerdotes a San Girolamo della Carita. A partir de ese momento, ejerció el apostolado sobre todo en el confesonario, en el que se sentaba desde la madrugada hasta mediodía, algunas veces hasta las horas de la tarde, para atender a una multitud de penitentes de toda edad y condición social. El santo tenía el poder de leer el pensamiento de sus penitentes y logró numerosas conversiones. Con paciencia analizaba cada pecado y con gran sabiduría prescribía el remedio. Con gentileza y gran compasión guiaba a los penitentes en el camino de la santidad. Enseñó a sus penitentes el valor de la mortificación y las prácticas ayudasen a crecer en humildad. Algunos recibían de penitencia mendigar por alimentos u otras prácticas de humillación. Uno de los beneficios de la guerra contra el ego es que abre la puerta a la oración. Decía: "Un hombre sin oración es un animal sin razón".  Enseñaba la importancia de llenar la mente con pensamientos santos y pensaba que para lograrlo se debía hacer lectura espiritual, especialmente de los santos. 

Celebraba con gran devoción la misa diaria cosa que muchos sacerdotes habían abandonado. Con frecuencia experimentaba el éxtasis durante la misa y se le observó levitando en algunas ocasiones. Para no llamar la atención trataba de celebrar la última misa del día, en la que había menos personas.

Conversaciones espirituales
Consideraba que era muy importante la formación. Para ayudar en el crecimiento espiritual, organizaba conversaciones espirituales en las que se oraba y se leían las vidas de los santos y misioneros. Terminaban con una visita al Santísimo Sacramento en alguna iglesia o con la asistencia a las vísperas. Eran tantos los que asistían a las conversaciones espirituales que en la iglesia de San Girolamo se construyó una gran sala para las conferencias de San Felipe y varios sacerdotes empezaron a ayudarle en la obra. El pueblo los llamaba "los Oratorianos", porque tocaban la campana para llamar a los fieles a rezar en su oratorio. Las reuniones fueron tomando estructura con oración mental, lectura del Evangelio, comentario, lectura de los santos, historia de la Iglesia y música. Músicos, incluso Giovanni Palestrina, asistieron y escribieron música para las reuniones. Los resultados fueron extraordinarios. Muchos miembros prominentes de la curia asistieron a lo que se llamaba "el oratorio".

El ejemplo de la vida y muerte heroicas de San Francisco Javier movió a San Felipe a ofrecerse como voluntario para las misiones; quiso irse a la India y unos veinte compañeros del oratorio compartían la idea. En 1557 consultó con el Padre Agustín Ghettini, un santo monje cisterciense. Después de varios días de oración, el patrón especial del Padre Ghettini, San Juan Evangelista, se le apareció y le informó que la India de Felipe sería Roma. El santo se atuvo a su consejo poniendo en Roma toda su atención.

Una de sus preocupaciones eran los carnavales en que, con el pretexto de "prepararse" para la cuaresma, se daban al libertinage. San Felipe propuso la santa diversión de visitar siete iglesias de la ciudad, una peregrinación de unas doce millas, orando, cantando y con un almuerzo al aire libre.

San Felipe tuvo muchos éxitos pero también gran oposición. Uno de estos fue el cardenal Rosaro, vicario del Papa Pablo IV. El santo fue llamado ante el cardenal acusado de formar una secta. Se le prohibió confesar y tener mas reuniones o peregrinaciones. Su pronta y completa obediencia edificó a sus simpatizantes. El santo comprendía que era Dios quien le probaba y que la solución era la oración.

El cardenal Rosario murió repentinamente. El santo no guardó ningún resentimiento hacia el cardenal ni permitía la menor crítica contra este.  

La Congregación del Oratorio (Los oratorianos)
En 1564 el Papa Pío IV pidió a San Felipe que asumiera la responsabilidad por la Iglesia de San Giovanni de los Florentinos. Fueron entonces ordenados tres de sus propios discípulos quienes también fueron a San Juan. Vivían y oraban en comunidad, bajo la dirección de San Felipe. El santo redactó una regla muy sencilla para sus jóvenes discípulos, entre los cuales se contaba el futuro historiador Baronio.

Con la bendición del Papa Gregorio XII, San Felipe y sus colaboradores adquirieron, en 1575, su propia Iglesia, Santa María de Vallicella. El Papa aprobó formalmente la Congregación del Oratorio. Era única en que los sacerdotes son seculares que viven en comunidad pero sin votos. Los miembros retenían sus propiedades pero debían contribuir en los gastos de la comunidad. Los que deseaban tomar votos estaban libres para dejar la Congregación para unirse a una orden religiosa. El instituto tenía como fin la oración, la predicación y la administración de los sacramentos. Es de notar que, aunque la congregación florecía a la sombra del Vaticano, no recibió el reconocimiento final de sus constituciones hasta 17 años después de la muerte de su fundador, en 1612.

La Iglesia de Santa María in Vallicella estaba en ruinas y resultaba demasiado pequeña. San Felipe fue además avisado en una visión que la Iglesia estaba a punto del derrumbe, siendo sostenida por la Virgen. El santo decidió demolerla y construir una más grande. Resultó que los obreros encontraron la viga principal estaba desconectada de todo apoyo. Bajo la dirección de San Felipe la excavación comenzó en el lugar donde una antigua fundación yacía escondida. Estas ruinas proveyeron la necesaria fundación para una porción de la nueva Iglesia y suficiente piedra para el resto de la base. En menos de dos años los padres se mudaron a la "Chiesa Nuova". El Papa, San Carlos Borromeo y otros distinguidos personajes de Roma contribuyeron a la obra con generosas limosnas. San Felipe tenía por amigos a varios cardenales y príncipes. Lo estimaban por su gran sentido del humor y su humildad, virtud que buscaba inculcar en sus discípulos. 

Aparición de la Virgen y curación
Fue siempre de salud delicada. En cierta ocasión, la Santísima Virgen se le apareció y le curó de una enfermedad de la vesícula. El suceso aconteció así: el santo había casi perdido el conocimiento, cuando súbitamente se incorporó, abrió los brazos v exclamó: "¡Mi hermosa Señora! "Mi santa Señora!" El médico que le asistía le tomó por el brazo, pero San Felipe le dijo: "Dejadme abrazar a mi Madre que ha venido a visitarme". Después, cayó en la cuenta de que había varios testigos y escondió el rostro entre las sábanas, como un niño, pues no le gustaba que le tomasen por santo.

Dones extraordinarios
San Felipe tenía el don de curación, devolviéndole la salud a muchos enfermos. También, en diversas ocasiones, predijo el porvenir. Vivía en estrecho contacto con lo sobrenatural y experimentaba frecuentes éxtasis. Quienes lo vieron en éxtasis dieron testimonio de que su rostro brillaba con una luz celestial.

Ultimos años
Durante sus últimos años fueron muchos los cardenales que lo tenían como consejero.  Sufrió varias enfermedades y dos años antes de morir logró renunciar a su cargo de superior, siendo sustituido por Baronio. 

Obtuvo permiso de celebrar diariamente la misa en el pequeño oratorio que estaba junto a su cuarto. Como frecuentemente era arrebatado en éxtasis durante la misa, los asistentes acabaron por tomar la costumbre de retirarse al "Agnus Dei". El acólito hacía lo mismo. Después de apagar los cirios, encender una lamparilla y colgar de la puerta un letrero para anunciar que San Felipe estaba celebrando todavía; dos horas después volvía el acólito, encendía de nuevo los cirios y la misa continuaba.

El día de Corpus Christi, 25 de mayo de 1595, el santo estaba desbordante de alegría, de suerte que su médico le dijo que nunca le había visto tan bien durante los últimos diez años. Pero San Felipe sabía perfectamente que había llegado su última hora. Confesó durante todo el día y recibió, como de costumbre, a los visitantes. Pero antes de retirarse, dijo: "A fin de cuentas, hay que morir". Hacia medianoche sufrió un ataque tan agudo, que se convocó a la comunidad. Baronio, después de leer las oraciones de los agonizantes, le pidió que se despidiese de sus hijos y los bendijese. El santo, que ya no podía hablar, levantó la mano para dar la bendición y murió un instante después. Tenía entonces ochenta años y dejaba tras de sí una obra imperecedera.

San Felipe fue canonizado en 1622

El cuerpo incorrupto de San Felipe esta en la iglesia de Santa María en Vallicella, bajo un hermoso mosaico de su visión de la Virgen María de 1594.

Santo Evangelio 26 de Mayo de 2015



Día litúrgico: Martes VIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 10,28-31): En aquel tiempo, Pedro se puso a decir a Jesús: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Jesús dijo: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora en el presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros».


Comentario: Rev. D. Jordi SOTORRA i Garriga (Sabadell, Barcelona, España)
Nadie que haya dejado casa (...) por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno (...) y en el mundo venidero, vida eterna

Hoy, como aquel amo que iba cada mañana a la plaza a buscar trabajadores para su viña, el Señor busca discípulos, seguidores, amigos. Su llamada es universal. ¡Es una oferta fascinante! El Señor nos da confianza. Pero pone una condición para ser discípulos, condición que nos puede desanimar: hay que dejar «casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio» (Mc 10,29).

¿No hay contrapartida? ¿No habrá recompensa? ¿Esto aportará algún beneficio? Pedro, en nombre de los Apóstoles, recuerda al Maestro: «Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (Mc 10,28), como queriendo decir: ¿qué sacaremos de todo eso?

La promesa del Señor es generosa: «El ciento por uno: ahora en el presente (...) y en el mundo venidero, vida eterna» (Mc 10,30). Él no se deja ganar en generosidad. Pero añade: «Con persecuciones». Jesús es realista y no quiere engañar. Ser discípulo suyo, si lo somos de verdad, nos traerá dificultades, problemas. Pero Jesús considera las persecuciones y las dificultades como un premio, ya que nos ayudan a crecer, si las sabemos aceptar y vivir como una ocasión de ganar en madurez y en responsabilidad. Todo aquello que es motivo de sacrificio nos asemeja a Jesucristo que nos salva por su muerte en Cruz.

Siempre estamos a tiempo para revisar nuestra vida y acercarnos más a Jesucristo. Estos tiempos y todo tiempo nos permiten —por medio de la oración y de los sacramentos— averiguar si entre los discípulos que Él busca estamos nosotros, y veremos también cuál ha de ser nuestra respuesta a esta llamada. Al lado de respuestas radicales (como la de los Apóstoles) hay otras. Para muchos, dejar “casa, hermanos, hermanas, madre, padre...” significará dejar todo aquello que nos impida vivir en profundidad la amistad con Jesucristo y, como consecuencia, serle sus testigos ante el mundo. Y esto es urgente, ¿no te parece?

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Santa Mariana de Jesús de Paredes, 26 de Mayo

26 de mayo

SANTA MARIANA DE JESUS DE PAREDES

(† 1645)


La cristiana república del Ecuador puede presentar ante el trono de Dios y en el cielo de la Iglesia una digna émula de Santa Rosa de Lima en la fragante flor de santidad que se llama Mariana de Jesús de Paredes y Flores. Nacida en Quito el sábado 31 de octubre de 1618, de piadosos y nobles padres, fue bautizada el 22 de noviembre en la catedral y mostró desde sus primeros años entera inclinación a la virtud, especialmente al pudor y a la modestia virginal.

 Huérfana de ambos padres desde los cuatro años, quedó al cuidado de su hermana mayor y del esposo de ésta, quienes la procuraron conveniente educación. Era Mariana de gran talento, de ingenio agudo, de inteligencia viva y precoz; se la preparó, por una parte, en las letras y, por otra, en la música; alcanzó mucha destreza en manejar el clave, la guitarra y la vihuela. También aprendió a coser, labrar, tejer y bordar, haciendo grandes progresos y ocupando así santamente el tiempo para huir de la ociosidad. Tenía una voz suave y dulcísima y una gran afición a la música, de tal manera que no dejó pasar un solo día sin ejercitarse en ella, aunque dedicándose a cantos religiosos, que la ayudaban a meditar y levantar su corazón incesantemente a Dios.

 Ya desde su temprana edad su día estaba repartido entre la oración, el trabajo y algún recreo. Nos dicen sus compañeras que era muy inclinada al servicio de Dios, que celebraba todas las festividades de Nuestro Señor y de su Madre Santísima, y de todos los santos, sus devotos, con mucha veneración, haciendo altares, ayunando sus vísperas, provocando y animando a todos para que hiciesen lo mismo, sin ocuparse en juegos y entretenimientos pueriles. Solía retirarse para orar a algún rincón de la casa, donde la hallaban con las manecitas juntas, repitiendo con fervor angelical el avemaría, que había aprendido apenas supo hablar. Tenía singular afecto a la Pasión del Señor, y desde entonces practicaba penitencias y austeridades, que más adelante serían mayores y más asiduas.

 A los ocho años hizo su primera confesión y comunión en la iglesia de la Compañía de Jesús, que desde entonces fue el lugar escogido para su oración y vida espiritual. El padre Juan Camacho, al examinarla quedó admirado de la inteligencia y comprensión de los divinos misterios que había en aquella niña, y casi culpaba a su familia de haberle dilatado algún tanto el recibir la Eucaristía. Despojóse desde entonces de toda gala mundana, y, movida del Espíritu Santo, se ofreció enteramente a Jesucristo, haciendo voto de perpetua castidad, al que juntó luego los de pobreza y obediencia, Cambió su nombre por el de Mariana de Jesús.

 La Providencia desbarató uno tras otro dos proyectos suyos: uno, de ir a tierra de infieles para darles la fe cristiana (y para lo cual, como nueva Teresa de Jesús, intentó escapar de casa en unión de unas amigas), y otro, de entablar vida eremítica. Tampoco prosperó el deseo de los parientes, gozosamente aceptado por ella misma, de que entrara en la vida religiosa. Investigando en la oración y en la consulta a sus directores espirituales la voluntad de Dios, entendió ser ésta que viviese recogida en su propia casa, con la misma estrechez, pobreza y despojo de todas las cosas del mundo como pudiera hacerlo entre los muros de la comunidad más austera. En consecuencia, Mariana hizo arreglar pobremente, en la parte alta de su casa, un departamento con tres piezas: una salita, un pequeño aposento y una alcoba, completamente cerrados con cancel y cerrojos al resto de las personas, y de los que solamente salía para acudir por las mañanas a la iglesia. Su vida era de oración y penitencia continuas. Tenía en su pieza un ataúd, que le recordara constantemente la vanidad del mundo y la hora de la muerte.

 Su tenor de vida queda descrito así por ella misma, en una distribución del tiempo que sometió a su confesor:

 "A las cuatro —dice— me levantaré, haré disciplina, pondréme de rodillas, daré gracias a Dios, repasaré por la memoria los puntos de la meditación de la Pasión de Cristo. De cuatro a cinco y media: oración mental. De cinco y media a seis; examinarla; pondréme los cilicios, rezaré las horas hasta nona, haré examen general y particular, iré a la iglesia. De seis y media a siete: me confesaré. De siete a ocho: el tiempo de una misa prepararé el aposento de mi corazón para recibir a mi Dios. Después que le haya recibido daré gracias a mi Padre Eterno, por haberme dado a su Hijo, y se lo volveré a ofrecer, y en recompensa le pediré muchas mercedes. De ocho a nueve; sacaré ánima del purgatorio y ganaré indulgencias por ella. De nueve a diez: rezaré los quince misterios de la corona de la Madre de Dios. A las diez: el tiempo de una misa me encomendaré a mis santos devotos; y los domingos y fiestas, hasta las once. Después comeré si tuviere necesidad. A las dos: rezaré vísperas y haré examen general y particular. De dos a cinco: ejercicios de manos y levantar mi corazón a Dios; haré muchos actos de su amor. De cinco a seis: lección espiritual y rezar completas. De seis a nueve: oración mental, y tendré cuidado de no perder de vista a Dios. De nueve a diez: saldré de mi aposento por un jarro de agua y tomaré algún alivio moderado y decente. De diez a doce: oración mental. De doce a una: lección en algún libro de vidas de santos y rezaré maitines. De una a cuatro: dormiré; los viernes, en mi cruz; las demás noches, en mi escalera; antes de acostarme tendré disciplina. Los lunes, miércoles y viernes, los advientos y cuaresmas, desde las diez a las doce, la oración la tendré en cruz. Los viernes, garbanzos en los pies y una corona de cardos me pondré, y seis cilicios de cardos. Ayunaré sin comer toda la semana; los domingos comeré una onza de pan. Y todos los días comenzaré con la gracia de Dios."

 Esta regla de vida, asombrosa por su austeridad y oración, Mariana la guardó desde los doce años, sin más alteración hasta su muerte que estrechándola más aún los últimos siete años. Sin embargo, prudentemente, admitía tres causas posibles para omitir alguno de los ejercicios señalados: la caridad para con el prójimo, la obediencia a quienes le podían mandar y la absoluta imposibilidad física, cuando estaba tan desprovista de fuerzas por alguna enfermedad corporal que le era materialmente imposible tenerse de pie.

 Santa Mariana no excluyó de su vida un discreto apostolado, principalmente con su oración por el prójimo, sus consejos a las almas que acudían a ella y la misericordia corporal para con los pobres. Era ya un gran ejemplo de virtud verla salir modestísimamente de su clausura camino de la iglesia.

 Por consejo de sus confesores se hizo terciaria de San Francisco de Asís (ya que en la Compañía de Jesús no hay tercera orden, como ella tanto hubiera deseado). Siempre deseó vivamente ser enterrada en la iglesia de la Compañía, donde Dios tanto la había favorecido, y el Señor le cumplió colmadamente su anhelo, ya que el templo de los jesuitas en Quito (de extraordinaria riqueza, pues está espléndidamente dorado en todo su interior, desde el arranque de las paredes hasta los techos inclusive), no sólo guarda como precioso tesoro su sagrado cuerpo bajo el altar mayor, sino que le ha sido litúrgicamente consagrado poco después de su canonización.

 Los testimonios de sus contemporáneos insisten especialmente en tres rasgos de su vida santa: su mortificación extraordinaria, su oración altísima y sus prodigios.

 Decía ella misma a su criada Catalina: "Si duermo en esta cama, sabe que para mí es un regalo: porque algo se ha de hacer para merecer y ganar a Dios, pues en camas blandas y delicadas no se le halla; y supuesto que padeció tanto por mí, no es nada lo que yo haga por él." Sin embargo, para usar estas asperezas había de vencer la gran repugnancia que tenía su cuerpo a ellas: su cama era una escalera con los balaustres con filo hacia arriba, que de tanto usarlos llegaron a embotarse y gastarse; la almohada, un madero grueso y tosco. Ambas cosas las ocultaba durante el día debajo del lecho por medio de la sobrecama, que dejaba colgar hasta el suelo. Tres veces por semana usaba esta penitencia; los restantes días tomaba las tres horas de sueño sobre una áspera sábana de cerdas y piedrecitas.

 Su abstinencia y ayuno eran prodigiosos. Para disimularlos hacía que le preparasen una comida ordinaria, que luego secretamente repartía entre los pobres, limitándose a tomar para sí algunos bocados de pan, que en ocasiones amargaba con hiel, acíbar, ceniza y hierbas.

 De su amor a Dios da testimonio autorizado uno de sus confesores, asegurando que "en todos los días de su vida conservó la primera gracia que recibió en el bautismo.... no pecó en toda su vida mortal ni venialmente con advertencia". Otro decía: "Nuestro Señor la levantó a lo supremo de la contemplación, que consiste en conocer a Dios y sus perfecciones sin discurso y amarle sin interrupción".

 Un testigo afirma de su caridad para con el prójimo: "Se ejercitó cuanto pudo y permitía su condición en obras de caridad espirituales y corporales, en beneficio de los prójimos; deseando viviesen todos en el temor y servicio de Dios; y para el efecto diera su vida." "Toda su conversación —añade una de sus compañeras— era de la gloria, de la virginidad y pureza, de la penitencia y vidas de los santos y santas, envidiándoles sus virtudes con santa emulación."

 Aunque suplicó ardientemente a Nuestro Señor que no la concediera favores sobrenaturales exteriores en esta vida, por su humildad profunda, sin embargo, hizo por su medio varias profecías y revelaciones, además de lograr especiales conversiones y santificación de varias almas.

 A principios del año 1645 se sintieron frecuentes terremotos y desastrosas epidemias en Quito. La ciudad estaba consternada. Mariana, conmovida por la desgracia de su patria, ofreció a Dios su vida en expiación de los pecados y en alivio de aquellos males. Nuestro Señor aceptó la ofrenda, porque desde aquel momento (26 de marzo) cesaron los temblores y la ciudad comenzó a tranquilizarse. Mas apenas la Santa se retiró del templo, donde había hecho ante Dios su sacrificio, comenzó a sentir los sufrimientos de la terrible enfermedad de que murió dos meses más tarde: apenas pudo llegar por sí misma a su habitación y hubo de ir a la cama por no poderse tener en pie.

 Recibidos los santos sacramentos y entre sublimes afectos de amor divino, entregó su purísima alma a Dios el 26 de mayo de 1645, a los veintiséis años de edad.

 A partir de su nacimiento para el cielo fue todavía mayor la veneración en que la tuvieron los quiteños y toda la nación por sus frecuentes milagros. El 17 de diciembre de 1757 Benedicto XIV introdujo su causa, Pío VI, el 19 de marzo de 1776, declaró heroicas sus virtudes. En 1847 Pío IX reconoció dos milagros suyos; el mismo Pontífice la beatificó el 20 de noviembre de 1853.

 Reanudada la causa, bajo León XIII, el 23 de abril de 1903, correspondió a Pío XII llevarla a feliz término, canonizando solemnemente a Santa Mariana el 9 de junio de 1950, Por su parte, la Asamblea Constituyente del Ecuador, a 30 de noviembre de 1946, en reconocimiento de la virtud que la llevó a ofrecer su vida por la incolumidad del pueblo, la llamó en solemne decreto "heroína de la Patria".

 GUSTAVO AMIGÓ JANSEN, S. I.